El cultivo de la imaginación

La lectura y la escritura son las dos caras de una misma moneda, una moneda que es un valor seguro para nuestro crecimiento intelectual y profesional. Por lo tanto, la lectura y la escritura son un ejercicio necesario para nuestro desarrollo personal.

Con la llegada del nuevo siglo y los avances tecnológicos no fueron pocos los que predijeron que la lectura en papel iba a quedar en papel mojado, es decir, que tenía los días contados. Puede ser que también tras el descubrimiento de la rueda hace mucho más tiempo, como sabemos, algún iluminado de entonces también atisbara que los seres humanos íbamos a dejar de caminar a pie. Está claro, entonces, que los descubrimientos de nuevas herramientas facilitan nuestra labor, pero no van a terminar por hacer desaparecer costumbres ancestrales y sanas como son la lectura de un libro o caminar por la playa o la montaña.

Todos somos conscientes de la distorsión que ha supuesto en la vida la llegada de las TICs con todo su caudal de nuevas herramientas: videoconsolas, tabletas, móviles, redes sociales… Es posible que la capacidad de lectura y escritura se esté viendo mermada por el apego a nuevas formas de mirar que nos han venido ofreciendo estos dispositivos en la actualidad. Lo explicaremos mejor con un ejemplo: la contemplación de un paisaje puede llevar a la persona que lo ve a desarrollar su imaginación integrando en él personajes que hablan entre sí y a los que les suceden cosas, mientras que lo que vemos en los dispositivos circulando a la velocidad del 5G no da pausa para imaginar nada más o, peor aún, nos provoca estrés.

La lectura es la auténtica fuente de nuestra imaginación: al leer traducimos a imágenes lo que se nos está contando; y la escritura es el ejercicio inverso, contamos con palabras las imágenes que creamos o recreamos a partir de nuestro mundo interior o del mundo que nos rodea o, generalmente, ambos a un mismo tiempo.

La escritura es la otra cara de la lectura, como decimos. Por eso, es un buen ejercicio también escribir y desarrollar esa capacidad tan natural y necesaria para el ser humano: la de contar nuestras propias historias que nacen de ese ejercicio saludable de nuestra imaginación.

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