Historias para no dormir: inocencia

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Tercera parte

La casa de Aitor estaba vacía. Parecía que se habían ido de viaje.
-Malditos cobardes- gruñó Susana.
-Vamos a casa- dijo Saúl, preocupado-. Volveremos en otro momento.
-¡No!- gritó ella-. Estar aquí me ayudará a recordar.
Susana miró a su alrededor y cerró los ojos. Le venían flashes de esa noche, de Aitor y de personas que no le quitaban ojo, aunque para ella no había sido relevante hasta ese momento. Sabía que cualquier detalle que pudiese recordar de esa noche, por muy insignificante que pudiese parecer, la podría llevar hacia la verdad.
-¿Recuerdas algo?- interrumpió su hermano.
-Poca cosa, Saúl, poca cosa- suspiró-. Ahora quiero ir a la playa.
-¿Estás segura?
-Sí, Saúl, debo ir. Debo averiguar qué pasó esa noche y creo que volver al lugar donde desperté me ayudará.
Saúl la abrazó. Sentía que ella necesitaba más que nunca tener su apoyo. Caminaron al coche y cuando se subieron, la volvió a mirar. Jamás la había visto así, tan valiente y decidida y temía que eso la condujese a alguna trágica consecuencia.
Arrancó el coche y condujo muy despacio por la carretera más cercana a la playa. Mientras lo hacía, pudo observar como su hermana parecía ida. Estaba observando el exterior a través de su ventana, pero por como lo hacía, parecía que simplemente estaba absorta en sus pensamientos.
-Hemos llegado- interrumpió Saúl.
Susana asintió y se bajó del coche. Miró a su alrededor, fijando la vista en el parque donde divisó esa noche al grupo que la salvó.
Tomó aire y lo exhaló muy despacio. Se giró y penetró su mirada en las escaleras, las mismas grabadas en sus recuerdos como lo último que vio esa noche.
Las bajó y observó el mar. No parecía la misma playa por la que caminó unas noches antes en busca de ayuda. Era como si la playa hubiese cambiado a la par que ella, como si se hubiese compadecido de su dolor y fuese su forma de demostrarlo.
Mientras bajaba por la arena hacia el agua, se sintió ignorada por el tumulto de gente que a esa hora ocupaba con sombrillas, neveras, toallas, risas y descanso, la playa. Sentirse lejos de las miradas ajenas la tranquilizaba, no quería ser señalada por gente a quien ni conocía.
-Susana, ¿qué pasa?- interrumpió su hermano.
-Nada. Sólo estoy observando la inmensidad del mar y en como este se pierde en el horizonte- respondió-. ¿Qué no callará el mar en su infinidad? Seguro que este habrá sido testigo de atrocidades como la que me hicieron a mí, y míralo. Indiferente, siendo cómplice con su silencio de esas mentes perturbadas capaces de romper a las almas más puras.
Susana se giró, miró a su hermano y le pidió caminar hacia la carpa donde despertó.
Al acercarse y levantar la lona, le dio la impresión de que era más pequeña que cuando la vio por primera vez.
-Aguanta aquí- le pidió a su hermano.
Saúl mantuvo la lona levantada mientras Susana miraba detenidamente el interior. Pudo distinguir en la arena seca y deshecha, manchas rojas que parecían de sangre. Al ver la arenisca roja, recordó el miedo que sintió cuando despertó bajo esa lona. La rabia ante la incertidumbre de lo que le pasó iba en aumento. Salió de debajo de la lona, miró a su hermano a los ojos y le pidió que llamase a la policía. Le sorprendió que nadie hubiese hurgado más allá de unos informes médicos y de una entrevista mal hecha.
Saúl marcó el número de la policía y les pidió que acudiera al lugar donde se encontraban. Susana, con el rostro empapado de lágrimas que habían brotado de su propia rabia silenciosa, abrazó a su hermano y le agradeció por todo lo que estaba haciendo por ella. Mientras profundizaba cada vez más en el abrazo, miró al frente, observando a todas las personas que disfrutaban de un día de playa, distinguiendo entre ellos a un chico y una chica que no les quitaba ojo. Su corazón se aceleró y se despegó de su hermano.
-Saúl, acabado de ver a un chico y una chica mirándonos detrás de esa sombrilla, justo frente a nosotros.
Cuando Saúl se giró, quiso ver quienes eran los que los miraba pero no había nadie mirando hacia ellos, ni siquiera Susana logró verlos de nuevo.
-Te prometo que estaban ahí.
Saúl la volvió a abrazar de una forma protectora mientras exhalaba con fuerzas el aire que retenía en sus pulmones.
-No te preocupes, hermanita. Encontraremos a quienes te hicieron esto, te lo prometo.
El momento fue interrumpido por dos agentes a los que se les notaba sus ganas de hacer justicia.
-Tu caso ha conmocionado a la ciudad y a mí en particular- dijo uno de los agentes-. Tengo una hija de tu edad y no quiero imaginar cómo sería su vida si fuese víctima de criminales como lo fuiste tú.
Susana asintió y desvió el tema. No quería sentirse como una víctima desvalida a la que todos compadecían.
-Señores, debajo de la lona donde desperté hay sangre. Me gustaría que la investigación fuese más exhaustiva y atrapen a esos criminales lo antes posible. No queremos que caigan más víctimas como yo, como lo podría ser su hija, ¿verdad?


El policía tragó saliva, encendió la linterna y efectivamente pudo visualizar manchas rojas que parecían de sangre. Se colocó unos guantes y tomó pruebas del lugar. Además de las manchas rojas, también colocó en otras bolsas areniscas que encontró repartidas en el lugar.
-Llevaremos estas pruebas al laboratorio. El resultado será de carácter urgente por lo que deberán estar listas antes de tres días.
-Muchas gracias- dijo Saúl.
Los agentes se marcharon y los hermanos tomaron la misma decisión.
Una vez en el coche, Susana volvió a recibir un Whatsapp de un número desconocido.

“TE MANDO LA PRUEBA DEL DELITO. AQUÍ PODRÁS CONOCER A LOS INVOLUCRADOS LA NOCHE EN LA QUE TE CAMBIÓ LA VIDA. NO ME LLAMES, DE NADA TE SERVIRÁ. ESTE NÚMERO TIENE UNA ÚNICA FUNCIÓN Y ESTÁ A PUNTO DE TERMINARLA”

Tras en mensaje, le llegó un vídeo. Al cargarlo, decidió verlo mientras su hermano conducía. Salía ella con el rostro perdido y temeroso, como si en ese momento no creyese su propia realidad. Unos segundos más tarde aparecían tres chicos y una chica que se acercaban lentamente. Quien grababa, lo intentaba hacer desde varios ángulos, como si estuviese filmando una película. ¿Por qué querrían grabar algo tan atroz?¿para tener un recuerdo o para sentir el triunfo de sus propias cobardías? Por más que quisiera, no podía entenderlo. De repente, uno de ellos comenzó a quitarle la ropa mientras el resto reían, sobre todo la chica. “Dale lo que se merece”, dijo ella en tono de burla y ahí comenzó la tortura.
Mientras la chica daba órdenes, el resto obedecían. Quiso distinguir en el vídeo algún rostro pero estaba demasiado oscuro como para asegurar nada, en cambio, la voz de la chica se le hacía demasiado familiar.
Le pidió a su hermano ir a comisaría y presentar la prueba y sin cuestionar, la llevó al edificio. Estaba nerviosa y ausente ante las palabras de su hermano. Volvió a mirar el vídeo una y otra vez pero era incapaz de reconocer a nadie, ni siquiera la voz de la chica.
Al llegar a comisaría, entregó la prueba y se marcharon a casa.
Cuando llegaron, el grupo de amigos que la salvaron estaban sentados en el salón de casa atendidos por su madre.
-Hola, ¿qué hacéis aquí?
-Queríamos saber cómo te encuentras- dijo con amabilidad una de las chicas-. Tu madre nos dijo que habías ido a los lugares de aquella noche, ¿y qué?¿has podido recordar algo?
-La verdad es que no- estaba a punto de contar lo del vídeo pero calló-. Quizá pronto la vida haga justicia y quienes me hicieron esto paguen por ello.
-Esperemos que sí- dijo la otra chica mirando con preocupación al resto.
-Agradezco vuestra preocupación pero me siento algo cansada- dijo Susana.
El grupo de amigos se levantó y se despidió.
Susana fue a su habitación y volvió a ver el vídeo una y otra vez. Colocó los auriculares y lo volvió a poner, pero esta vez sólo para oírlo.
-¡Victoria!- Gritó.
Corrió en busca de su hermano y su madre y les puso el vídeo.
-La chica que se escucha es Victoria, la que acaba de estar en nuestro salón, estoy segura.
Después de unos minutos de incertidumbre, la madre llamó a la policía y declararon sus sospechas.
La localización fue rápida y la detención inmediata.
Al cabo de dos horas cruzaron la puerta de la comisaría Susana, su madre y su hermano.
-Me gustaría hablar con ellos señor comisario.
-Creo que eso no va a ser posible.
-Necesito saber si son culpables y si lo son, por qué lo hicieron- rogó-. Sólo necesito media hora.
-Está bien. Sólo tienes treinta minutos para arrancarles una confesión.
Acompañado de un agente, Susana cruzó pasillos hasta llegar a una celda donde los mismos que un rato antes estuvieron en su casa, estaban frente a ella, encerrados. Ella los miró, intentando entender por qué le hicieron eso. Victoria, quien parecía la cabecilla de ese grupo se acercó a los barrotes y le preguntó por qué los habían acusado.
-Antes de llegar a casa, me mandaron un mensaje a mi teléfono seguido de un vídeo. Lo vi y lo escuché varias veces y no sabía por qué la voz de la chica me resultaba conocida hasta que llegué a casa y volví a hablar contigo. Sé que la voz de la chica del vídeo es la tuya. Sé que tenéis que ver con lo que me pasó aquella noche y me gustaría saber por qué lo hicisteis.
La mirada de Victoria se tornó agresiva. Tras unos segundos de silencio, miró a los lados, asegurándose de que no había testigos para después penetrar sus ojos en los de Susana.
-No lo entenderías- susurró-. Hay diversiones muy caras que sólo los ricos nos podemos permitir como drogar a una chica virgen y hacer con ella lo que nos plazca-siguió susurrando-. No fue fácil encontrar a alguien como tú, tan callada y tímida, pero tus amiguitas, las que te invitaron a la fiesta junto con Aitor, el dueño de la casa, se ofrecieron a encontrar nuestro capricho a cambio de una gran suma de dinero. Tus amigos de la fiesta se encargaron de todo, incluso de llevarte a la playa. Nosotros tan sólo nos divertimos.
Susana los miró con desprecio, odiando a cada uno de ellos por haberle destrozado la vida.
-¿Por qué me salvasteis? Se supone que me queríais muerta.
-No fuimos realmente nosotros sino dos amigas con las que quedamos más tarde. Ellas, al verte te socorrieron y no tuvimos más opción que colaborar.
Susana la miró y sacó del bolsillo del pantalón, su teléfono.
-Toda la conversación ha sido grabada. Pagaréis por lo que me habéis hecho.
Victoria, junto con el resto comenzaron a reír a carcajadas.
-¿De qué os reís?
-No es la primera vez que hacemos esto, ¿sabes? Nuestros padres nos sacarán de aquí y harán que archiven el caso.
Susana se mostró indignada y sin mediar palabra, salió y le mostró a la policía la confesión de Victoria.
Poco después vio entrar a dos hombres con trajes muy elegantes buscando al jefe de la policía, alegando que eran los abogados de los detenidos.
Al cabo de media hora, vio junto a su madre y su hermano como los cinco desfilaban frente a ellos y los miraban de forma despectiva y burlona.
-No puede ser- se lamentó su hermano-. ¿Qué clase de justicia es esta?
-Tranquilo, Saúl. Haré que se arrepientan de haber sido puestos en libertad.

CONTINUARÁ…

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Isabel Aponte @EntreLetrasYAlgoMas

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