El deportista

A man walking with a dog in the field at sunset. The man holding the dog on a leash

Había conseguido vencer la pereza aquella mañana. Al despertar miró por la ventana el amanecer con otros ojos, sin detener el pensamiento en el pasado. Tampoco se detuvo a pensar en su malestar al sentarse en la cama y poner los pies en el suelo. Fue directamente al baño y se lavó la cara con el agua que corría muy fría aquel invierno. De vuelta en su habitación se vistió con ropa de deporte y se calzó las zapatillas. Y en la puerta de su casa aún había conseguido mantener los pensamientos a raya. Su perro saltaba de alegría al verlo tan madrugador, con intención de salir y con la esperanza de que lo sacase a pasear.

-Hoy no vamos a pasear, Nilo, vamos a correr, y me tienes que ayudar.

Le puso la correa y salieron a la calle. Nilo, en efecto, tiraba de él, lo que le obligaba a imprimir velocidad al trote, pero conseguía reducir la marcha acelerada del perro cuando este se paraba a olisquear y dejar su marca en forma de orina como aviso a navegantes. Era un buen momento para trotar sobre sus pies para no enfriarse hasta que el perro volvía a la carrera porque su juventud e instinto así se lo demandaban.

Aquella mañana de invierno consiguió completar una vuelta a la manzana y de regreso a casa se conjuró a Dios y al diablo para no saltarse el ejercicio el resto de los días mientras alcanzara a ponerse en pie al despertar. Sabía que no era una tarea fácil a la que se estaba comprometiendo, pero estaba seguro de que el esfuerzo bien merecía la pena para recuperar la libertad que había perdido aquel otoño en que había vuelto a quedarse vacío y roto, sin energía para levantarse por la mañana y comenzar el día.

No era la primera vez que superaba una depresión a lo largo de su vida, pero como en los casos anteriores sí que pensaba que iba a ser la última porque se sentía derrotado y a punto de dejar caer los brazos. Además, ya no contaba con su fuerza juvenil, porque había llegado a esa edad de equilibrista que está a punto de caer de la cuerda para instalarse en la madurez. Pero se había conjurado para salir de una vez por todas del desconcierto, y esta vez iba a conseguirlo con la ayuda de su perro fiel.

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