Manuela Tinoco Povea

Manolita Chorizo cantando saetas en Semana Santa en Lepe

La Saetera Manolita Chorizo (Lepe, 19 de marzo de 1940)

Durante setenta años, Manolita Chorizo ha sido la voz inconfundible de la Semana Santa y saetas en Lepe. Elevando sus saetas como un rezo profundo que ha marcado a generaciones. Aprendió el cante de su madre y su entorno, y con solo doce años transformó la historia de su pueblo al entonar por primera vez desde un balcón en la calle Real. Su legado continúa en sus hijas María José y Bella Cinta, consolidando una saga de saeteras que ha llevado la tradición más allá del tiempo. Su entrega y pasión le valieron el Varal de Plata de Honor. Pero su mayor reconocimiento es el cariño de un pueblo que la admira y agradece su arte eterno.

-“¡Miravé, miravé!, ¿cuándo van a venir las niñas a mi casa a partir las almendras?”-Decía mi vecina Bella Zapata, con desparpajo, cuando faltaban dos meses para que llegara Semana Santa. “¡Miravé, miravé que se nos echa el tiempo encima, chiquilla!”- Remataba
-“¡Miravé, miravé era un hombre y se murió ya….!- respondía Lolita Galvín, consiguiendo enfadar a su vecina de más abajo.

Bella Zapata con las almendras; Lolita Jiménez con los rosquitos; Juanita Rodríguez con los garbanzos con bacalao; Concha la de Pedro con las empanadillas; Señó Manuel con las espinacas; Teresa Gutiérrez con las ratitas; Paca Gutiérrez con las cidras; María la del Pollo con la leche; Salucita con los encargos de mojama y atún; Lolita con los huevos, la leche, la harina; Manolita Chorizo con las torrijas, mi madre con el coche recogiendo los encargos y todas con los encalijos de las fachadas y las bajeras de las casas. Así, recuerdo yo mi preparación a la Semana Santa.

Los nervios, los rituales y la espera del Domingo de Ramos

Desde el miércoles de ceniza ya lo nervios iban cuesta abajo y sin frenos. Las limpiezas de los metales; el almidonaje de las colchas buenas de entretiempo; la limpieza a fondo de todos los rincones y los cristales brillando. ¡Qué locura! Para rematar se repasaban los trajes de nazarenos y se terminaban los ternos a estrenar el Domingo de Ramo, porque quién no estrenaba nada, “se le cortaban las manos”. Por supuesto, había que vender las velas de promesas, en casa de Lolita Galvín, y comprar las palmeras para la procesión del Señor de la Burrita en casa de Manolito La Botina.

Todos los días al anochecer, sentadas alrededor de la copa de cisco, se celebraba la reunión para dar cuenta de cómo iban los preparativos, acompañados de una copita de anís dulce de Alosno y unas perrunillas de almendras. Estaban perdonadas de asistir a la convocatoria aquellas vecinas que tenían que ir a los cultos de sus hermandades. Sobretodo, al setenario de la Virgen de los Dolores porque allí había más doloristas que otra cosa… Las crías nos llevábamos todo el día yendo y viniendo a la iglesia para informar de los avances que se producían: llegada de los pasos, altares de culto, flores, mantillas….

Las reuniones vecinales y los ensayos de fe

Mientras tanto, diariamente Manolita, Chorizo, soportaba estoicamente la misma pregunta: “¿Cómo va este año la garganta?” Seguía un ritual profundo de silencios y sonrisas. Desde meses antes de llegar la Semana Mayor, cogía un libreto de saetas que le regaló nuestro entrañable José Platero Baute, y elegía las letras que cantaría ese año. Ensayaba en su casa, cuando nadie la oía, porque tenía claro que su mejor manera de rezar era entonando. Se tomaba infusiones con miel para fortalecer la voz. Una voz fina, aterciopelada, sublime que cada Domingo de Ramos era esperada por sus vecinas, y añorada por su pueblo.

La calleja de don Antonio, el médico, gracias a Manolita, Calle Saeta, era el punto de encuentro. En la Acera Alta se veía salir la procesión y, corre que te corre, para la calleja porque Manolita iba a cantar. Las vecinas teníamos el privilegio de escucharla desde su propio balcón o desde algunos de los pisos colindantes.

Una voz heredada: las de saetas de Manolita en Lepe

Aprendió a cantar saetas de escuchársela a su madre, María Povea Santana, María “la Chorizo” (Mote que heredó de su padre porque tenían fama el aliño que daban a sus chorizos en las matanzas. Olían que alimentaban y todos los días se llevaba, en el costo, un trozo con su pan correspondiente que se comía a golpe de navaja. ¡Qué arte tan supremo ver comer a los hombres con la navaja en una mano y el cacho de pan en la otra! ¡Y difícil!, tanto o más que manejar un tenedor!

indemnización por caída en la vía pública

Manolita Chorizo cantando saetas en Semana Santa en Lepe

María nunca cantó en la calle pero, en cuaresma, entonaba por martinetes, muy laína y con toná propia. La chiquilla canturreaba mientras su madre blanqueaba el corral o cuando recogía algodón en el campo. Poco a poco, fue aprendiendo. También bebió de los cantes de sus primos Manolo y Cayetano, de su tía Juana y de toda su parentela de la familia de los Moranos.

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Su vecina Manuela Quintero, recordada por sus impresionantes intervenciones en el sermón de la Plaza, también aprovechó para inculcarle a la niña su buen hacer con la saeta. Por parte de la familia paterna, José Tinoco Fernández, sólo heredó el ser muy buena persona, porque no estaban dotados para el cante. Asimismo asimiló las saetas de escuchársela a mujeres ancianas y más jóvenes que se arrancaban por las callejas del pueblo para aliviar a Dios desde una salmodia profunda, nacida del alma. Anita Lauría, conocida como “la Coja”; Josefa Camacho Oria, la madre de Manuel Machaquito; Manuela Quintero; Mariquita Gutiérrez; Salud García; Lola Moreno; Pepita Guerrero; Bellita Cruz; y un sinfín más, fueron cediéndose el arte ancestral de cantar al Señor y a su santa Madre desde tiempos medievales.

El Vía Sacra y la voz de la mujer en la tradición lepera

En Lepe, hasta 1936, salía, cada Jueves Santo una procesión compuesta por catorce pasos, a la que se le conocía como Vía Sacra. Una manifestación religiosa a la que sólo asistían hombres. Estos marchaban precedidos por una cruz y dos faroles grandes de mano, haciendo un vía crucis, por todas las arterias de Lepe.

Aún perduran, en las callejas de nuestro pueblo, las cruces en las esquinas de las calles, custodiadas por las vecinas más ancianas. Cada parada, era motivo de reflexión y lectura de cada una de los pasos dados por Cristo en su camino al sepulcro. El pueblo en penumbra, iluminado por las llamas soñolientas las velas. Silencios, acallados por el ritmo de una salmodia centenaria, rimado de versos populares, hoy, desgraciadamente perdidos.

En las cabeceras de las estaciones, asomadas a las esquinas, las mujeres, de luto riguroso, lanzaban saetas. Sólo les estaba permitido intervenir con sus lamentos en las paradas del cortejo fúnebre. En el imaginario colectivo, de generación en generación, la mujer gemía viendo a un Cristo penitente. Por eso, en nuestro pueblo, nunca se vio mal que las mujeres cantaran. Entonaban, también, el Viernes Santo en el recordado Sermón de la Plaza. La voz de la mujer, era importantísima en la Sentencia de Pilatos.

Manolita Chorizo cantando saetas en Semana Santa en Lepe

Manolita aprendió muy bien y con sólo doce años, le pidió permiso a la notaria, para subirse a su balcón, en la calle Real, hoy John Holland Gallery, y cantar tres saetas a Padre Jesús y otras tres a la Virgen de los Dolores. Aquel Viernes Santo, 11 de abril de 1952, marcaría un antes y un después en Lepe.

Siete décadas, en las que Lepe esperaba que esta mujer, le susurrara a la Madre doliente, un beso de amor, que se le clavara en el alma. Setenta años, asomada a los balcones de la calle Plaza, en casa de Juanita Rodríguez o en su piso, una vez casada, para hacer de embajadora de los sentimientos de un pueblo. Cuando se asomaba a su balcón a ver pasar a Cristo y su Madre, no lo podía remediar, como ella dice: “cuando veía el Señor calle abajo, me tira a cantar”. Le da igual cómo le saliera, (que siempre le salía perfecto), o si tenía la garganta fastidiada por la alergia, el rezo cantando le podía más que nada.

Una saga de saetas en Lepe: el legado de Manolita en sus hijos

Así se criaron sus tres hijos, los habidos en su matrimonio con José Ríos Romero: María José, Bella Cinta y Narciso. Los tres chiquillos heredaron de su madre un oído musical privilegiado que los ha llevado por los vericuetos de la música. Las niñas gustaron aprender también la toná de las saetas. Y, así, desde pequeñas, comenzaron a cantar en compañía de su madre. Había nacido la primera saga de saeteras leperas.

María José, la primogénita, con una voz muy potente, muy aflamencada, sorprendió a todos los arremolinados debajo de su balcón, cuando rajó su corazón, de chiquilla adolescente, y se hizo pañuelo para la Virgen de los Dolores.

Le siguió Bella Cinta, que tiene la voz de su madre, fina y melódica. Bella Cinta ha sido la última mujer Lepe en cantar la Voz de la Mujer en la Sentencia de Pilatos. Tres saeteras de abolengo que llevan, en la sangre, la fe mamada de su abuela María, bajo el signo de los martinetes.

Manolita Chorizo cantando saetas en Semana Santa en Lepe

Narciso, su único hijo varón, entona maravillosamente bien las saetas. Pero jamás las ha interpretado en público, las canturrea en su casa, oración intimista con su Padre Jesús. Sin embargo, Narciso, nos transporta, cada segundo sábado de mayo, con su flauta, al rincón más hermoso del Terrón. Allí se encuentra la casita de la Bella desde hace más de cinco siglos. Narciso es el Director de la Escuela de Tamborileros de la Hermandad Matriz de la Bella de Lepe. Escuela que abrió las puertas de la Navidad, en Sevilla, en noviembre de 2024.

Manolita gracias. Gracias por tu generosidad. Gracias por tu entrega. Gracias por esa sencillez que destilas cada vez que miras al Señor y haces de su dolor, tu pena. Gracias por esos setenta años de cantos en la calle, en la Peña Flamenca, en el Cine España, en el Teatro Municipal, en la Iglesia de Santo Domingo,… Gracias por crear escuela, y por donar a tus hijos el don de la generosidad. Gracias por tu humildad. Gracias por ser como eres. Ya sabes que te admiro vecina y te quiero. El año pasado te otorgaron el Varal de Plata de Honor, Lepe te ha concedido ya, ser la madre de las saeteras, la creadora de una estirpe irrepetible en la Semana Santa. ¡Ojalá te secunden tus nietos Lucía, Antonio y Adrián!

Descubre la historia de otras mujeres leperas aquí.

Isabel M. González Muñoz

Mujeres Leperas

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