Dolores Ambrosio Oria, mi prima Lolita la de Barcelona

Lepe, 13 de octubre de 1963

Celebramos estos días el primer aniversario de vida del Grupo de Fieles de Ntra. Sra. de la Bella de Sevilla. Después de doce meses caminando, la junta de gobierno, se ha parado a reflexionar, junto con todos los hermanos, sobre lo acontecido.

Un vértigo profundo recorre nuestras almas: doce misas; encuentros; catequesis; formación; caridad; Regina Mundi; Testigos Hoy; Escudo; Rosario de la Aurora; Misa de Campaña; Primer camino Romero; Romería; Misa de Romeros; Misa de acción de Gracias; Rosario de antorchas; Caminos de ida y vuelta; los primeros vivas; representación y asistencia a cultos de otras hermandades de Pasión y Gloria; papeleos; burocracia; reconocimiento parroquial; recogida de alimentos; ayudas a la Dana; abanicos; corbatas; rifas; Pregón, Triduo; Novena; Presentación Oficial ante la Virgen; Hermandad Matriz y Hermandades Filiales de Isla Cristina y Huelva; Día de la Bella; Guion de Camino; Visitas culturales al Alcázar y al Museo de Bellas Artes; Tamborileros; Navidad; Cuaresma; Misa de Resurrección; Virgen Peregrina; Pintura de Paco Sánchez; Corpus Parroquial; Visita a los enfermos; esperanzas; anhelos; sueños y fe…

El tesoro más grande es la unión de más de doscientos hermanos, venidos de todas partes y de todas las edades. Entre sus miembros fundadores, está una mujer lepera por los cuatro costados, que reside en La Haya (Países Bajos). Es nuestra socia más lejana en kilómetros, aunque muy próxima en el alma. Es mi prima Lolita, la hija menor de mis tíos Miguel Ambrosio e Isabel Oria.


Ella, Lolita es una mujer de mundo, con una formación académica y desarrollo profesional y empresarial gestado por ser emprendedora y tener mucho coraje. Posee un currículo, desarrollado en la gestión de la cadena de suministro y logística en empresas internacionales europeas y globales, en los sectores de electrónica de consumo, mobiliario, y farmacia.


Lolita habla tres idiomas: inglés, español y catalán. Su vida laboral ha transcurrido en Barcelona; La Haya (Países Bajos); Inglaterra y Suiza. Pertenece a la primera generación de emigrantes especializados que España envió a la Europa de la tecnología y el progreso, en la década de los años 90 del siglo XX. Más de tres décadas compartidas, con hermanos europeos, liderando y dirigiendo equipos-departamento multiculturales, de personas que dependían directamente de ella.


Sin embargo, jamás ha dejado de ser la chiquilla que nació en la calle San Sebastián y vivió en la Calle Monjas. Que aprendió a jugar al piso, y con los trapos que recogía de las sobras de la costura de su casa. Y que aprendió la devoción por la Virgen de La Bella por su madre, su familia, abuela Isabel y tía Bella “Almanaque”. Los 7 de Agosto y los días de la Bella sus hermanas y madre se encargaban de llevarla a ver sacar la Virgen del Camarín con los marineros.


Jamás ha dejado de ser, aquella chica que agarrada a las rejas del Sagrario aprendió de su madre a decir: ¡Viva La Virgen de La Bella!


Ha disfrutado y practicado su devoción asistiendo a unas pocas Romerías que gracias a sus primas y primos Lucero, y Galvín Ponce. Ellos la invitaron a experimentar el camino y la acogieron es sus casetas tanto “El Tamboril” como “El Zurriñan”. Gracias a esas invitaciones pudo vivir lo que son los amaneceres de Romería después del camino. El cerrojazo y salida de la Virgen es el momento más emotivo que conserva, así como los días y noche de La Bella en Agosto. Y sobre todo perpetuando la fe y devoción de la Virgen de La Bella en Sabadell, hasta el punto que muchos sabadellenses amigos y conocidos han visitado Lepe y la Iglesia de Santo Domingo de Guzmán para procesar su fe, y conocer a la Virgen Bella.

Lolita, es una mujer muy sencilla que tiene ese concepto añojo de familia que tenemos todos los Luceros de Lepe, aunque seamos de cuarta generación. Lo mamó de su abuela Isabel González Domínguez, Isabel Lucero. Hermana de mi abuelo Paco Lucero y de mis tíos abuelos: Manuel; Juan; María y Diego. Estos Luceros heredaron el mote de su padre, Manuel González Prieto, que se levantaba antes que el Lucero del alba para ir a trabajar al campo, pues tenía que dar de comer a sus seis chiquillos.

Junto con la bisabuela Isabel Domínguez Gómez, formaron una familia colmena. Cuando sus hijos crecieron, formaron, a su vez, familias piñas pues los cuñados eran considerados hermanos. Se visitaban todas las noches. Callejeaban siempre cargados con presentes y con las manos abiertas para ayudar donde hiciera falta.

Yo traté mucho a mis tíos abuelos María Lucero y Diego Pendegin, dos seres excepcionales: cariñosos, educados, trabajadores, simpáticos y muy generosos. Ellos dos me contaban aconteceres de mis ancestros. Me enseñaron que mis orígenes fueron muy humildes, camperos, pero llenos de alegría y de saber estar y de saber ser. Me confirmaron que la mayor herencia que pueden tener las personas es proceder de buenas gentes.

Esa generación sabia ha trasmitido unos genes singulares: El amor al terruño, a Lepe; el humor profundo; la inteligencia; las ganas de saber; el espíritu de sacrificio; la bondad; el amor al trabajo bien hecho y la fe en María Santísima de la Bella.

Esos seis Luceros, se multiplicaron y tuvieron muchos chiquillos: Manuel y Carmelo González (hijos de Paco e Isabel Mª Oria); Manuela, Isabel y Juan González (hijos de Juan y María); Manuela, Isabel y Pepa González (hijos de Manuel y Manuela); Manuela, Isabel y Pepe González (hijos de José y Antonia); Paca, Pepa, Manuel y José Martín González (hijos de María y Francisco Martín); Isabel, Dolores. Manuela, Paca y María, y José Oria González (hijos de Isabel y José Oria). Un total de diecinueve primos hermanos que se criaron como hermanos. Mi madre siempre potenció que los tratara y los quisiera. Era el gran legado que nos dejó mi padre: su hermano y sus primos. Tengo muchos primos segundos, y es curioso, pero todos los que nos hemos visto obligados a vivir fuera de las fronteras de Lepe, somos los que tenemos más arraigados el concepto de familia.

Así le ocurre a mi prima Lolita, una mujer excepcional, que lleva a gala las enseñanzas que le inculcaron las mujeres de su casa: su abuela Isabel, su tía abuela Bella Prieto, su madre Isabelita y su tía Lola.

Corría el año 1972.Su familia se vio obligada, como muchos andaluces en esa época, a emigrar a Cataluña buscando un mejor porvenir. Lepe vivía una crisis económica brutal, al igual que todo el país. Los negocios tuvieron que cerrar porque no cuadraban los números.

Su madre, Isabel Oria, cogió a sus hijos, a su madre, a su tía y junto con su marido, pusieron rumbo a Sabadell. Allí, había un auge grande de empresas dedicadas al textil. Comenzaron una nueva vida, con unas costumbres y un idioma distintos. Los niños pequeños, Miguel y Lolita, fueron a un colegio donde se impartía el catalán, ya se veía el final de la Dictadura de Franco y volverían los pueblos a expresarse en sus propias lenguas.

Con muchas fatiguitas, sacrificios y mucho trabajo salían adelante, poco a poco. Muchos años estuvieron luchando para encauzar sus vidas. Pero ese cuatriunvirato materno también tenía claro que los niños no eran unos desarraigados. Disfrutaban de una familia enorme con las que le separaban sólo los kilómetros pero no los sentires. Así, cada vez que podía, en los paseos de los domingos, en las celebraciones familiares, en los días de vacaciones, se dedicaba a contar, recontar y fijar todas las raíces. Como recuerda mi prima Dolores: “Lo de mi madre es una crónica interesante. Cómo sin ir a Lepe en quince años, desde que se fue, nos lo mantenía vivo en la memoria. Un día nos hablaba del fallecimiento de tu padre, de cómo se enteró, de quién era, y cómo fue su historia en la Barca. Otro día nos habla de otro primo. Y así sucesivamente.”


Pero si algo caracteriza a una madre lepera, es su amor a la Virgen Bella. Mi tía Isabel no iba a ser distinta: “La Fe por la Virgen Bella era constante hasta el punto que regalaba estampas a personas en Sabadell con problemas. A las chicas que no se quedaban embarazadas, sobretodo. Me pasaría horas explicándote, cómo evangelizó Sabadell con su propio credo, hablando sobre Lepe. Era muy sociable, y todo el mundo la apreciaba, y eso que no era catalana. Ella en tiendas, peluquerías, allá adónde iba, llevaba a Lepe y la Virgen de La Bella”.


Tal es así, que en 1984, cuando contaba con veintiún años, Lolita volvió la joven a buscar el Lepe de su infancia. Volvió para postrarse ante la Virgen de sus amores, para agarrarse a aquellas rejas del Sagrario, de las que tanto le había hablado su mamá. Se asombró de la acogida que le dispensaron todos los primos hermanos de su madre: mis tíos Mariquita Ponce y Carmelo González; Juan Lucero e Isabel y todos los demás. Liderada por nuestras primas Juani, la del Dedal, e Isabelita Toscano, la de la autoescuela, le prestaron sus trajes de flamenca y les abrieron las puertas de sus casetas y casas de romería.

Todos querían verla y abrazarla y todos mandaban recuerdos a sus padres. El ritmo lepero, tanto emocional como romero, eran difíciles de seguir por una muchacha que provenía de una tierra en dónde la cuna acaba en el núcleo puramente duro de la familia: padres y hermanos. Su madre, se había quedado corta, sin duda, al hablarle de su estirpe, que era tan especial y unida.


Mi tía abuela María, siempre me decía que se había ido muy lejos su hermana Isabelita, y nunca superó aquella separación. Eran las únicas niñas y el destino las había espaciado. Cada vez que cogían los frutos de la tierra, esos que nos están haciendo exportadores mundiales, les llegaba un paquete con fresas, arándanos, uvas y habas para enzapatar… Mis tías Paca y Pepa Martín, las hijas de mi tía María Lucero, no dejaban de cumplir los deseos de su madre y cada vez que recogían algo en el campo, los primos de Cataluña lo probaban. ¡Qué orgullosa me siento de esta familia paterna! Esta familia Lucero que es generosa sin mirar nada ni nadie. Y, sin esperar recompensas.


Mis tíos Miguel e Isabel, volvieron a su pueblo, pasados quince años de su partida. Retornaron con su físico, porque su alma, la dejaron en los alcornoques de la Dehesa lepera, justo antes de partir a tierras lejanas. Sus hijos regresan cada año a buscar sus raíces porque los leperos necesitan reencontrarse con sus propias esencias.


Lolita es una mujer lepera hallada por todos los caminos de la vieja Europa. Allí dónde va, allí lleva el tesoro más grande que tiene: sus sentires Lucero y Galvín-Ponce, y Pepa Hernández. El lazo estrecho de una familia que exportó Lepe por donde fue.

Por eso, al conocer que se creaba una Hermandad de la Bella en Sevilla, no dudó en ningún momento en apuntarse y apoyar desde los Países Bajos, la fe de sus antepasados. Porque ella, sigue siendo aquella chiquilla de ocho años, vestida de flamenca, acompañada de su hermano Miguel, que era feliz viendo pasar la comitiva romera que partía desde la Iglesia de las Monjas al convento de la Bella. Ella, sigue siendo aquella niña, que aprendió a contar las estaciones de su vida, al ver aparecer, cada día de san Blas, año tras años, las cigüeñas en el campanario de las monjas dominicas de Lepe. ¡Qué contentos estarán en el Cielo, los que nos precedieron, porque has salido una Lucero de pro! Para mí, es un regalo contar con tu cercanía en el amor inconmensurable de nuestra Madre Bella.

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Isabel M. González Muñoz

Mujeres Leperas

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