La Esencia

“No somos un participio sino un gerundio No estamos hechos del todo, sino que poco a poco nos vamos haciendo”

Podría decir que uno de los temas que me apasionan es este que trata este artículo. Aunque reconozco que para muchos padres y madres también sea agobiante y hasta terrorífico. Me refiero a la adolescencia. Cuándo le dices a alguien que tienes uno o más hijos adolescentes, lo que te devuelve se parece más a una condolencia que a una felicitación. Como si los padres y las madres de adolescentes estuviéramos cumpliendo una penitencia. Lo que sí es cierto, es que la adolescencia es una etapa florida y variada que requiere cada vez más exigencia por parte de las figuras parentales.

Ya sabemos que las hormonas tienen un papel importante en la adolescencia, sin embargo no son las que determinan lo que pasa. El protagonista de todo esto es el cerebro. Hay autores que dicen que el cerebro adolescente es como si estuviera por momentos remodelándose y entonces algunas zonas están en “obras” y por eso no siempre funcionan como deberían. Lo que está claro, es que los adolescentes no son frutas verdes pendientes de madurar, sino personas inmersas en un periodo apasionante, con muchísimas novedades y que necesitan tiempo y comprensión para aprender a responder de la manera en que a los adultos nos gustaría. En este sentido y en la crianza en general, los padres y madres deben ajustar sus expectativas al periodo evolutivo de cada hijo e hija. Por esto es importante que se conozcan las características principales de cada periodo. Teniendo siempre en cuenta las diferencias individuales de cada persona. Cada hijo e hija son únicos y diferentes.

¿Cuál es la esencia que aflora en esta etapa del ciclo vital?

La adolescencia se convierte en un impulso natural y necesario hacia la independencia. Gracias a la adolescencia conseguimos alejarnos de nuestro núcleo familiar, para crear otros núcleos. El más importante en esta etapa es el que forman los amigos y las amigas. La implicación social aumenta y el grupo al que pertenecen les da seguridad y confianza, además de ser un lugar maravilloso dónde relacionarse desde su creatividad y visión del mundo.

Otra característica importante es la búsqueda de novedades, dirigida principalmente a la necesidad imperiosa de gratificación que tiene el cerebro en este periodo, cualquier cosa que libere dopamina se convierte en atrayente y estimulante para el adolescente. Este deseo de gratificación puede verse en la impulsividad que manifiestan en muchas ocasiones, en las que actúan sin reflexionar, también en la toma de decisiones, la cual está sesgada hacia los beneficios, en detrimento de los riesgos. Si lo asemejamos con una báscula, podemos decir que está trucada para que pesen más los efectos positivos que los riesgos. Esta necesidad de gratificación además de determinar su conducta, en muchas ocasiones, los hace más susceptibles a cualquier adicción, ya sean sustancias tóxicas, consumo de material de las redes sociales o incluso algunos alimentos con gran contenido glucémico, ya que todos ellos liberan dopamina.

Todos estaremos de acuerdo en que otra particularidad de la adolescencia es la intensidad emocional. Se sabe que a nivel emocional la activación se da por una ruta más rápida, como si los adolescentes tuvieran su propia “fibra óptica emocional”. Están más alertas y “saltan” con bastante facilidad. Ni que decir tiene, que los adultos referentes deben ser muy conscientes de esto para no dejarse arrastrar por esta intensidad.

Para encontrar el equilibrio entre los riesgos y oportunidades de la adolescencia debemos estar presentes y mantener el vínculo. Pase lo que pase, los hijos y las hijas deben sentirse queridos, porque este es el mayor factor de protección ante las adversidades. En este sentido, S. Covey acuña la expresión de la cuenta bancaria emocional, diciendo que al final del día el saldo de caricias recibidas por nuestros hijos debe ser positivo frente a los conflictos y discusiones.

Los y las adolescentes necesitan padres y madres adultos que se comporten como tales. Así, si nuestro hijo o hija no ha querido hablar sobre un tema, pero a las dos horas se nos acerca para conversar, sería un error que le dijéramos que ahora somos nosotros los que no queremos hablar (aunque sea lo primero que pensemos), porque necesitamos esa conversación para seguir educando.

El afecto y la confianza de la persona adulta serían como los nutrientes indispensables para fortalecer la autonomía emocional de los y las adolescentes. A estos nutrientes hay que añadirle un componente imprescindible, que afianza dicha autonomía, de manera que perdure y se ancle. Me refiero a las normas y los límites, que son los que van a permitir que el proceso de desarrollo personal vaya paso a paso, sin acelerones.

Para que sea más sencillo, dichas normas y límites se han tenido que ir poniendo desde la primera infancia y como plantea Eva Bach, deben ser firmes, pero flexibles, razonables y razonados. Dos aspectos a profundizar aquí son la comunicación y la negociación. Existen técnicas específicas para entrenarlas. De manera general la comunicación debe ser desde la escucha y el respeto. Y para la negociación sugiero no querer ni tener la razón ni ganar.

Por mucho miedo que sintamos en esta etapa, debemos ser conscientes que dicho miedo no puede tomar las riendas de la educación de los hijos e hijas. Debemos encontrar la serenidad que nos permita educar en la responsabilidad y a la misma vez darles alas.

Por Pepa Cordero Beas

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *