Falsa Primavera

Los seres humanos nos sentimos más o menos bien interiormente con nuestra manera de ser o de comportarnos, aunque puede que nos traicione la autoestima y seamos peores de lo que pensamos de nosotros mismos.

Con lo que no estamos satisfechos a veces suele ser con algunas partes de nuestra anatomía, y en vista de que ni los moradores del Olimpo ni la madre naturaleza nos han concedido un físico de nuestro agrado recurrimos a la cirugía confiando en los milagros de la ciencia.

Un amplio sector de esta sociedad lucha tenazmente contra la obesidad, los años, o la mala pasada que le jugó la herencia de unos genes.

Para corregir esos “desperfectos” las farmacias nos abastecen de potingues, los gimnasios de fibra, y en los quirófanos de las clínicas esperan los tallistas de los cuerpos que tratarán de esculpir una atractiva Venus en ellas o un hermoso Apolo en ellos.

Tendemos a desechar de nuestra anatomía todo lo que nos acompleja y las deidades de la cirugía plástica realizan la maravilla de dotarnos de atractivas mamas, prominente falo, nariz romana, o morros apetecibles.

En cuanto a los años, alguien dijo al respecto que “no es tan malo hacerse viejo como el miedo a envejecer”, es cuestión de ir aceptando sin sobresaltos cada etapa de la vida y si llegamos a la última aunque sea apoyándonos en el bastón que nos sirvió de caballito en la niñez, podemos cantar victoria pese a nuestra voz cascada y físico penoso.

En cualquier caso, por más que nos “tuneen” y presumamos de figura durante cierto tiempo, el lento pero inexorable paso de los abriles se encarga de agostar las más apolíneas anatomías.

Y hablando de meses, ahí está noviembre adornando las necrópolis con una efímera y falsa primavera, para recordarnos que nuestro cuerpo será invadido en su totalidad por la peor calvicie conocida.

Pero vamos a ser optimistas mientras estemos por aquí, y ya que el undécimo mes del calendario (otrora noveno) se despide de nosotros realizando el prodigio de transformar las uvas en vino joven, alcemos nuestra copa medio llena de mosto y brindemos por el disfrute de nuestra juventud, madurez, arrugas bien llevadas, o cuerpo retocado.

Salud, y no vivamos inseguros por nuestras taras físicas porque los que nos tratan siempre darán más valor a nuestros benévolos hechos que a nuestras perfectas hechuras. 

La belleza del alma es invisible, pero resplandece en nuestras buenas acciones como la bendita luz de la inocencia en los ojos de los niños pequeños.

                                                                                     José Dacosta Ramírez 

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