Lo llamaban loco

Por entonces era yo muy joven, me encontraba tomando unas cervezas en un bar con mis amigos veinteañeros y pasó junto a la mesa en la que departíamos; lo invitamos, aceptó sin sentarse, y charló unos minutos con nosotros, nos aseguró que Jesucristo le había revelado que el día veintiocho de febrero nos sacudiría un fuerte terremoto y apurada su copa se fue.

Estábamos a primeros de dicho mes y lo tomamos a broma como casi todas sus ocurrencias, y más en mi caso que para creer tengo que “meter la mano en el costado” como el apóstol Tomás, pero a las cuatro de la madrugada del día señalado se cumplió su vaticinio y una fuerte sacudida telúrica hizo temblar toda la costa y buena parte del interior de Andalucía.

Sucedió en el año 1.969 con epicentro en Cabo San Vicente y 7,3 grados en la escala Richter. Así que escuché la profecía, presencié que se cumplió, sufrí los temblores, y “habiendo metido mi dedo en la llaga”, sigo dando fe de aquello que siempre recuerdo -no sin cierto escalofrío- cuando las placas tectónicas hacen de las suyas.

Era un personaje de aspecto quijotesco y entrañable trato que a todo quisque llamaba “hermano”. Lo recuerdo ataviado con ropa oscura y coronado con una boina negra que apenas si se sostenía sobre su cabeza debido a sus ademanes nerviosos.

Paco “Panaero” fue pregonero de las riquezas de nuestra ría y peregrino incansable por aquel arenoso camino de El Terrón sin ermita en el horizonte.

Lo encontrábamos en todas partes con su canasta del brazo colmada de ásperos bivalvos y pregonando su mercancía a voz en grito: ¡Ostiones frescos!

-Cómprame una docena hermano…

Era en alto grado creyente, y solíamos verlo a veces hincado de rodillas en cualquier vía urbana con su boina entre las manos en actitud de recogimiento, mirando al cielo y musitando alguna indescifrable plegaria.

Lo hacía todo deprisa y un día, sin avisar, abandonó para siempre el sendero de La Cruz Primera y su ingeniosa alma enfiló el último camino en el que quizá se encontraría con el “hermano” que al parecer, y según probaron los hechos, ya había estado a veces o estuvo siempre con él.

Dejó a nuestras calles huérfanas de sus pregones de ostras sin perlas, y nosotros perdimos un diamante no en bruto precisamente; por algo lo llamaban “loco” como llamaron siempre a los sabios y a los profetas.

José Dacosta Ramírez

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