Apagón

El dilatado fallo eléctrico que sufrimos a finales de abril pasado, me hizo recordar que en mi infancia nos ahorrábamos esas tragedias puesto que las casas carecían de aparatos eléctricos, si bien en algunos domicilios colgaba del techo del salón alguna triste y solitaria bombilla.

La visión nocturna, nos la facilitaban los velones de aceite, las lámparas de oleo y de carburo, las velas, las lamparillas que nadaban en aceitón llamadas “mariposas”, o mismamente las llamaradas de la chimenea.
Era una forma de vida muy semejante a la del Medievo, solo había en nuestro pueblo dos vehículos de tracción mecánica que ejercían de taxis para desplazamientos a la capital, con parada en la calle Millán Astray ( Feria).

Con el tiempo, fuimos progresando, hasta hace poco que comenzamos a retroceder, aunque hay políticos que nos toman por imbéciles, e intentan vendernos la involución como “progresismo”.

Será por los apagones, las carreteras tercermundistas, o los trenes que llegan hasta con quince horas de retraso, las mismas que los pasajeros quedan abandonados a su suerte. En eso de raíles y alquitranes, nuestra vieja y tartésica Onuba se lleva la peor parte como en todo, abandono total.

Por otro lado, hace ya algún tiempo que, a la chita callando, esta humanidad está provocando apagones en su modus vivendi peores que el de abril.

Se está oscureciendo demasiado ese pilar fundamental de nuestra civilización que es el clan tradicional, cada vez abundan más las familias desestructuradas y, aunque se comprenden algunas separaciones, hay cónyuges que hacen llorar a los herederos de su sangre por un sucio capricho.

Y para colmo, después que provocan la separación, tienen el cuajo de proclamar que van a procurar por todos los medios “ver felices a sus hijos”.

Estas nuevas generaciones, acabarán normalizando esos desastres familiares, y los pondrán en práctica sin complejos cuando sean adultos porque así lo mamaron.

Se impone el clan monoparental en gran parte por el apagón de la moral, la vergüenza, el espíritu de sacrificio por los seres queridos, y otros valores que nos humanizan. La mentira, el egoísmo, y la indignidad, campan a sus anchas por esta España cada vez más apagada de sana convivencia.

Al parecer, está cayendo en tierra fértil y bien estercolada la semilla de división y odio que esparce gente sin alma, capaz de hacernos repetir tristes capítulos de nuestra historia.

Incierto bagaje llevaremos, cuando nuestro tren descarrile y se produzca en nuestras vidas el apagón final, unos anhelaremos reunirnos con Dios, otros salir de dudas, y algunos, iremos con la certeza de que ya hemos estado en el infierno. Diablos de la guerra siguen apagando con fuego vidas inocentes.

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José Dacosta

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