Aquella hostia le supo a gloria, quizá porque hacía meses que no encontraba un momento de paz, pero también porque tenía una textura y un sabor muy distintos de las que recordaba en otras misas de otros lugares. Después pudo disfrutar del Museo y comprobó cómo el Vaticano cuidaba muy mucho de su economía porque no pudo pagar su entrada con tarjeta de crédito, solo se admitía dinero contante y sonante, igual que en la canastilla que se pasa en misa después del sermón de la montaña del cura de turno. A pesar de todo, pudo sentirse bien en el museo, porque los turistas eran muy educados y las obras de arte eran celestiales.
Había tenido una muy mala impresión nada más aterrizar en el aeropuerto debido a que al acercarse a la terminal de tren para comprar el billete que lo llevase a la ciudad vio cómo el funcionario de la equivalente a la Renfe de su país pasaba sus 5€ hacia un lado donde los recogió un joven que lo condujo con otros tantos turistas hacia una furgoneta de 9 plazas y los llevó al hotel. Se mostró sorprendido por ello, más aún cuando le pidió al joven conductor un tique y este le dio largas una y otra vez, así que el viaje inesperado al hotel fue también como la limosna en misa o la entrada al Museo Vaticano, sin factura.
Salió a la calle tras darse una ducha. Era casi mediodía y llamaban campanas a misa desde los cuatro puntos cardinales. La mañana lucía soleada pero un airecillo fresco anunciaba la cercana primavera y conseguía el revuelo de tanta suciedad en las calles, tanta que le recordó el patio de su instituto al terminar el recreo. De su ánimo cariacontecido lo devolvía a la realidad a cada paso el chirriar de bocinas de autos y el ruido estridente de moto que no respetaban ni límites de velocidad ni pasos de peatones ni norma de circulación alguna.
En la Fontana de Trevi se hizo un selfie que envió a su hija tras apreciar que había salido favorecido porque no se le notaba mucho una sonrisa forzada gracias a que el sol le bañaba el rostro y le iluminaba su mirada. Se echó mano al bolsillo, cogió una moneda de 10 céntimos y apretando fuerte con su dedo
pulgar la cara de Cervantes la arrojó a la fuente mientras su deseo volaba al mismo tiempo en su imaginación. Encendió un cigarro, se sentó en una terraza cercana y mientras tomaba su primer café en la ciudad trazó en el plano turístico que le habían dado en el hotel un itinerario que lo llevase al Trastévere, del que tanto le habían hablado sus amigos y donde pensaba comer y sestear aquella tarde para poder reencontrarse consigo mismo en aquella vieja ciudad tan bien armada de piedra y espíritu.
ESTAMPITAS: Roma
