¿Realmente existen las personas tóxicas?

Las relaciones interpersonales y la intolerancia: No todo nos intoxica igual

En la vida cotidiana, es común escuchar que ciertas personas o situaciones son “tóxicas”. Sin embargo, lo que para alguien puede resultar insoportable, para otro puede ser completamente inofensivo. Esta diferencia en la percepción del malestar se asemeja mucho a la intolerancia alimentaria: un mismo alimento puede ser inocuo para unos y causar una reacción adversa en otros, sin que ello signifique que el alimento en sí sea dañino para todos.

Lo mismo ocurre en las relaciones humanas. Un comportamiento puede ser visto como afectuoso por una persona y como invasivo por otra. O puede que lo que alguna vez nos hizo sentir bien, en otro momento nos genere incomodidad, y viceversa.

Cada persona tiene su propia sensibilidad

Así como algunas personas no pueden consumir lactosa o gluten sin experimentar molestias, hay conductas que pueden ser difíciles de tolerar para ciertos individuos, mientras que para otros pasan desapercibidas.

Por ejemplo, una persona puede sentirse asfixiada ante muestras excesivas de afecto, mientras que otra puede ver esa misma actitud como una expresión de cariño genuina. No es que el gesto sea bueno o malo en sí mismo, sino que su impacto depende de quién lo recibe y en qué contexto.

La clave está en comprender que las relaciones no son universales ni homogéneas. Lo que nos resulta tóxico no necesariamente lo es para los demás y viceversa. Esto nos invita a alejarnos de juicios absolutos y a reconocer que las dinámicas interpersonales dependen tanto de quién actúa como de quién recibe la acción.

La percepción de lo tóxico puede cambiar con el tiempo

Algo que nos resulta placentero y nos hace sentir bien en un momento de nuestra vida, después puede dejar de hacerlo. Y lo contrario también es cierto: algo que antes rechazábamos o nos parecía intolerable, con el tiempo puede volverse aceptable o incluso agradable.

Podemos ver este fenómeno claramente con la comida. De niños, algunas personas detestan las aceitunas o el café, pero con los años terminan disfrutándolos. Al contrario, hay alimentos que solían encantarnos y que, por haberlos consumido en exceso o por un cambio en nuestro gusto, dejan de parecernos tan apetecibles.

Lo mismo ocurre con las relaciones personales. Una actitud que en algún momento nos reconfortaba puede volverse molesta, y una conducta que antes nos parecía irritante puede dejar de afectarnos o incluso llegar a parecernos positiva. No es que la conducta en sí haya cambiado, sino que nuestra sensibilidad ante ella se ha transformado.

¿Por qué hoy en día se etiqueta como “tóxicas” ciertas conductas?

En los últimos años, la conciencia sobre las relaciones saludables ha crecido significativamente. Esto ha permitido identificar comportamientos dañinos que antes se normalizaban, como la manipulación emocional o el control excesivo. Sin embargo, en este proceso, muchas veces se etiqueta rápidamente a ciertas conductas como “tóxicas”, sin considerar el contexto o la intención detrás de ellas.

Por ejemplo, en las relaciones de pareja, los celos suelen verse como un signo de toxicidad. Y es cierto que pueden ser perjudiciales cuando llevan a la desconfianza o el control sobre la otra persona. Pero en algunas situaciones, un grado moderado de celos puede ser una reacción natural ante circunstancias específicas. Si una persona siente celos porque su pareja ha cambiado drásticamente su comportamiento, dejando de ser atenta o generando dudas sobre la estabilidad de la relación, esta emoción no es necesariamente tóxica. En ese caso, podría ser una señal de alerta que indique que hay una necesidad emocional no satisfecha.

El problema de etiquetar rápidamente una conducta como “tóxica” es que se pierde la oportunidad de analizarla con mayor profundidad. No se trata de justificar actitudes dañinas, sino de entender que el contexto es clave. Llamar “tóxica” a una persona por una reacción aislada sin considerar su historia, sus emociones o el entorno en el que ocurre la situación puede ser una visión simplista e injusta.

También podemos ser “personas tóxicas” sin darnos cuenta

Es importante reconocer que, así como los comportamientos ajenos pueden resultarnos dañinos, nuestras propias actitudes también pueden ser percibidas como tóxicas por otros. Y esto no significa que seamos malas personas ni que nuestras intenciones sean negativas. Simplemente, lo que hacemos o decimos puede no encajar con la sensibilidad o el momento emocional de quien nos rodea.

Por ejemplo, ofrecer un plato de frutos secos a un amigo puede parecer un gesto amable, pero si esa persona es alérgica, el mismo acto se convierte en un peligro. Los frutos secos en sí no son malos, pero en el contexto adecuado pueden ser dañinos. Con nuestras conductas sucede lo mismo: sin ser objetivamente incorrectas, pueden generar malestar en ciertas personas o situaciones.

Aceptar las diferencias para mejorar las relaciones

Aceptar que cada persona tiene su propia forma de experimentar las interacciones es fundamental para la convivencia. No se trata de invalidar las sensaciones de nadie, sino de reconocer que las reacciones ante ciertas conductas varían según nuestra historia, personalidad y límites individuales. Así como no le exigimos a alguien intolerante al gluten que lo consuma sin consecuencias, tampoco deberíamos esperar que todos toleren las mismas actitudes sin sentir incomodidad.

El respeto en las relaciones implica ser conscientes de estas diferencias y aprender a comunicarlas de manera asertiva. Si algo nos hace daño, es válido expresarlo y establecer límites. Pero también es importante entender que, en muchas ocasiones, la toxicidad no está en la conducta en sí, sino en la incompatibilidad entre quienes la emiten y quienes la reciben.

Conclusión: No hay relaciones tóxicas universales

Etiquetar a alguien como “tóxico” de manera absoluta puede ser simplista e injusto. En lugar de buscar culpables, podemos centrarnos en identificar qué nos afecta y actuar en consecuencia, sin imponer nuestra percepción a los demás.

Así como cada cuerpo reacciona diferente ante ciertos alimentos, cada persona tiene su propia sensibilidad en las relaciones. Entender y aceptar estas diferencias no solo nos ayuda a mejorar nuestra convivencia, sino que también nos permite construir vínculos más saludables y respetuosos.

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Isabel Rodríguez @conciencia.psico

Hola.  Soy Isabel, Psicóloga Clínica y Neuropsicóloga. Natural de Lepe. Me gustaría utilizar este espacio que me han cedido para acercar a mis vecinos y vecinas del pueblo conocimientos que espero que puedan resultar útiles, sobre el ámbito de la salud mental, así como proporcionar herramientas que puedan aplicar a la hora de gestionar situaciones de nuestro día a día.

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