Diciembre es entre otras cosas arquitecto de puentes festivos, pregonero de premios en los juegos de azar, guardabosques de árboles luminosos, o adecentador de establos para recién nacidos.
Con la consabida música de fondo del “Mira cómo beben los peces en el río”, también retrata con flash de cohetes a una colectividad consumista que huye de la precariedad y que aunque instale belenes pasa olímpicamente del ejemplo de humildad que nos da Jesusito.
Resulta curioso que celebremos ese evento con comilonas regadas con buenos vinos y atracones de dulces que empachan, aunque la historia en parte lo aclara como herencia de las Saturnales romanas que se celebraban en la misma data. La religión, como es sabido, hizo coincidir sus festividades con las paganas para que el vulgo entrara por el aro sin percatarse. Y como seguimos adoptando costumbres foráneas, ya no hay que esperar impacientes a los Reyes Magos porque se les adelanta Papá Noel volando en su fabuloso trineo.
Los chiquillos de hoy no creen que esos artilugios vuelen, pero han salido ganando con otra fecha más para que les regalen teléfonos móviles, consolas con juegos violentos y otras armas, en detrimento de una economía familiar ya bastante castigada con un insufrible coste de vida.
Por desgracia, al mismo tiempo que escribo estas líneas, están masacrando menores cerca de Belén a causa de un conflicto bélico provocado como es habitual por terroristas, aunque a veces también actúan como tal los que se defienden.
La saga de los Herodes sigue incrementando la lista de matanzas de inocentes en una Tierra Santa regada por enésima vez con sangre de chiquillos sin que broten flores de concordia.
Continúan y vuelven las guerras por Navidad para los que siempre las pierden: los niños que en plena edad de los sueños están viviendo espantosas pesadillas y en cualquier momento pueden morir sepultados bajo los escombros de la maldad humana.
Muchos de ellos, anhelarán abrazos y caricias de familiares perdidos, pesebres sobre los que cerrar los ojos y adormecer el horror, o que les llegue un trozo de pan y un poco de agua mientras juegan al escondite con la muerte entre piedras ensangrentadas.
Este mundo nunca se dejará guiar por una estrella que lo lleve al portal de la paz, porque aunque abunda la gente buena, están moviendo los hilos muchos Herodes y demasiados Judas.
José Dacosta Ramírez