Primera parte
Un chirriante sonido comenzó a escapar de los altavoces del gimnasio hasta que una voz comenzó a salir de estos, avisando de que el establecimiento estaba a punto de cerrar sus puertas.
Sara estaba terminando de ducharse y cuando oyó el aviso se vistió rápido, cogió sus cosas y caminó hacia la salida. No había nadie a excepción del chico que trabajaba allí. Él parecía apresurado y no dejaba de mirar su reloj de pulsera esperando a que ella saliese para poder cerrar. Por un momento, Sara se quedó de pie en la entrada del gimnasio, sola, con el pelo húmedo y observando la solitaria y oscura noche de invierno.
Tomó aire y al exhalarlo comenzó a caminar calle abajo.
La ausencia de gente y de luz durante su vuelta a casa le estaba generando cierta inseguridad y temor. Sabía que cuando los buenos se encerraban en casa, los malos se convertían en fieras que buscaban desesperados a alguna presa que despellejar. Ella no quería ser la presa de alguien, ese era su mayor temor.
Sus pasos cada vez se mostraban más apresurados, sobre todo cuando a lo lejos oía voces de chicos o algún coche pasar. Ella lo calificaba como inquietante.
Cuando el silencio fue absoluto y su despiste inmenso, tropezó con un chico que permanecía inmóvil entre las sombras de su propio camino. Ella pidió perdón por no haberlo visto y él le sonrió y aceptó sus disculpas. Ella le devolvió la sonrisa y siguió caminando. El chico se ofreció a acompañarla, alegando que las calles a esa hora no eran seguras para una chica tan guapa como ella, pero se negó. El chico insistió en acompañarla o en llevarla en su coche si ella aceptaba pero de nuevo se negó y el chico, después de tanta negativa a su insistencia, dio media vuelta y se marchó.
Sara se sintió aliviada al volver a sentirse sola y fuera de peligro aunque aquel chico le pareciese inofensivo.
Durante el resto del trayecto, caminó desconfiada hasta que llegó a la puerta de su casa. Ella aún se sentía nerviosa y se mostraba bastante impaciente por entrar, y aunque por una parte se sintiese fuera de peligro, sabía que su tranquilidad no volvería hasta que estuviese segura dentro de su hogar.
Abrió el bolsillo pequeño de su mochila y sacó el manojo de llaves que guardó en él. Buscó entre las llaves la de la puerta principal pero el miedo hizo que le costase dar con ella hasta que por fin, después de una exhaustiva búsqueda, la encontró. Miró a todos lados antes de introducirla en la cerradura y al no ver a nadie, la introdujo y cuando estaba a punto de girarla, sintió que alguien le tapaba la boca y tiraba de ella hacia atrás.
Era lo último que recordaba cuando despertó con un horrible dolor de cabeza tumbada en la cama de la habitación de una casa que desconocía. Se levantó y miró a su alrededor, iluminada únicamente por la luz de la Luna que se colaba por la ventana. Caminó hacia ella y se asomó y lo que vio la llevó a la desesperanza. Sólo había campo. Estaba en medio de la nada, sola, a merced de cualquiera que quisiera dar rienda suelta a su psicopatía sin que nadie le interrumpiese. Desconfiada, se acercó a la puerta de la habitación e intentó abrirla pero estaba cerrada con llave, fue entonces cuando vio el interruptor de la luz junto a la puerta y lo pulsó. La luz de la lámpara que iluminaba la habitación era tenue pero eso no impedía que la pudiese ver con claridad.
Al principio se sintió sorprendida por haber sido encerrada en una habitación de alma inocente, la cual parecía haber pertenecido a una niña de corta edad. No dejó de observar cada detalle, todos ellos infantiles como lo eran los cuentos de dibujos sobre el estante, los peluches por todas partes, la casa de muñecas en un rincón y el edredón de osos con el que había sido tapada. Después de examinar cada detalle de la habitación, comenzó a registrarla con la intención de encontrar la llave para salir de allí, pero no estaba por ninguna parte.
Desesperada y al borde de un ataque de pánico, volvió a asomarse por la ventana, intentando encontrar algo nuevo que le dijera dónde estaba pero el lugar era realmente desconocido para ella, no tenía dudas, fue entonces cuando el sonido de unos pasos ruidosos fuera de la habitación la alertó. Corrió a apagar la luz y se volvió a acostar en la cama. Cerró los ojos e intentó hacerse la dormida mientras oía como alguien abría la puerta con llave y entraba. La luz fue de nuevo encendida y la persona que entró caminó hacia ella.
-Sé que estás despierta, Sara- dijo una voz masculina.
Ella, al abrir los ojos se asombró al reconocer aquel rostro que tenía cerca. Era él, el chico amable con el que tropezó cuando iba del gimnasio a casa.
-¡Tú!
-Sí, yo. Mi nombre es Daniel pero mis amigos me llaman Dan.
Sara se incorporó y se quedó mirando su rostro fijamente.
-¿Por qué me has traído hasta aquí?¿qué quieres de mí?- preguntó Sara.
-Pensé que eras más lista o quizá tal vez pensé que tus despistes en mi presencia eran fingidos.
Dan cogió una silla que había junto a una pared y la colocó frente a ella para sentarse luego y poder verla más de cerca.
-Hace casi un año te vi en una exposición de cuadros en la galería de arte de tu ciudad. El título de la colección era “ABANDONO” y vi como admirabas la obra más hermosa de aquella exposición. Era un cuadro enorme, el más grande de todos, el que mostraba desgarro, dolor, soledad y miedo. Me sorprendió que alguien lo mirase como lo hacías tú, sintiéndolo de verdad y por eso decidí acercarme a donde estabas, pero cuando lo hice, te marchaste. Pensé que no me habías visto y desde ese momento creé encuentros casuales para conocerte. Comencé a hacerlo después de conocer tu rutina diaria y en cada tropiezo que tenía contigo provocado por mí, siempre recibía ignorancia por tu parte y un simple perdona. Cada vez me sentía más enfurecido por no conseguir tu atención, lo confieso y eso me ha llevado a tomar esta desagradable decisión.
Sara lo escuchaba atentamente, sintiendo lástima y también temor por la persona que tenía cerca. En ese momento evitó hablar. Sabía que si lo hacía podía ser peor para ella, por eso, lo único que se permitió hacer fue asentir mientras oía cada palabra.
-Me hubiese encantado que nuestra primera conversación hubiese sido en otro lugar como una cafetería, un restaurante, un parque o cualquier otro sitio donde suelan ir las personas que se quieren conocer, pero no. Tú no has querido poner de tu parte para que cualquiera de mis encuentros casuales planeados me saliese bien- dijo alterado-. Ahora me voy a ir. En un rato vendré con tu cena.
Se levantó, y al salir de la habitación, cerró la puerta de forma violenta. Después se oyó el giro de la llave en la cerradura.
Sara suspiró y rompió en llanto. No sabía qué hacer para escapar del psicópata que la tenía retenida en ese lugar. Temía por su vida, temía sufrir los delirios de ese hombre que se acababa de ir de la peor manera.
Intentó recordar su rostro en algún momento de su vida, pero por más que lo intentaba, no lo recordaba. Su vida era demasiado acelerada como para tener que pararse unos segundos a observar su alrededor, y mucho menos tener que retener en su memoria todo lo que veía.
Al cabo de unos minutos en los que Sara no dejaba de darle vueltas a la situación que estaba viviendo, volvió a escuchar los pasos de Dan, el giro de llave abriendo la puerta y como posteriormente el pomo también giraba.
-Una sopa de fideos calentita, un poco de pan, agua y unas patatas fritas- dijo Dan con entusiasmo mientras sujetaba la bandeja con todo lo que había nombrado-. ¿Por qué lloras?¿acaso no te gusta lo que te traigo?
-No, no lloro por eso sino por lo bien que te estás portando conmigo. Tenía mucha hambre y justo me traes mi comida favorita. Nunca antes me habían tratado así de bien Gracias, Dan- contestó Sara con la voz apagada.
Dan esbozó una sonrisa de satisfacción, dejó la bandeja sobre la mesita de noche y se acercó a ella.
El corazón de Sara se aceleró al verlo tan cerca, lo hizo hasta tal punto que comenzó a temblar. Intentó que no se le notase pero era imposible. Tenía demasiado miedo.
-Tranquila, preciosa. Te prometo que si eres buena, no te haré daño- dijo mientras le acariciaba la barbilla-. Conmigo puedes conocer el cielo o el infierno, sólo tú eliges donde quieres estar.
En ese momento el ambiente se sobrecargó de un sepulcral silencio acompañado de una escalofriante tensión y mucho miedo. Era lo único que en ese momento se podía respirar en el aire de la habitación.
Sara, sintiendo sus pulmones ahogados en el aire de la habitación que en ese momento estaba compartiendo con su captor, intentó no mirarlo a los ojos pero en alguna que otra ocasión lo hacía. Dan, en esas escasas y efímeras ocasiones en las que ella intentó ser valiente, le mantenía la mirada. Sabía que aquella chica desvalida que tenía enfrente se rendiría ante su poderosa y dominante mirada, y así sucedía. Sara siempre agachaba la cabeza cuando sentía el peso de la mirada de Dan sobre ella. No podía creer que el amable chico al que consideró inofensivo a primera vista, realmente fuese un monstruo que se había disfrazado de bondad para poder engañarla.
-Me voy a ir para que puedas comer sin sentirte cohibida antes de que se te enfríe la sopa- Sara tragó saliva-. Por cierto, ¿qué tal se te dan los juegos mentales?
-Se me dan fatal.
-Pues a mí me encantan- dijo Dan con aires de superioridad-. Aquí te va uno, mi favorito, el cual espero que resuelvas esta noche y que dice así: “Durante el alba en medio de la tranquila y placentera naturaleza, el amor se esfumará como lo hace la humedad que empapa los campos durante la noche”.
-¿Qué quieres decir con eso?
-Es tu trabajo averiguarlo- dijo mientras se miraba el reloj-. Tienes toda la noche para hacerlo, realmente no toda la noche. Suerte- Ante la mirada de desconcierto de Sara, dio media vuelta y caminó hasta la puerta, se giró cuando estaba bajo el umbral y la volvió a mirar-. Tic tac, Sara.
Cerró la puerta bajo llave y se marchó.
Lee la segunda parte aquí.

Isabel Aponte @EntreLetrasYAlgoMas
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