“El amor sólo comienza a desarrollarse cuando amamos a quiénes no necesitamos para nuestros fines personales”. Sue Johnson.
Existen muchos tipos de amor. Yo me voy a centrar en la pareja, aunque hay amores que pueden ser más duraderos que éste, como por ejemplo el maternal o paternal.
El diccionario de emociones y fenómenos afectivos reconoce que es la emoción más compleja que existe, y realiza una propuesta de conceptualización: “El amor es un sentimiento que activa un compromiso en favor del bienestar de las personas amadas”.
Esta definición nos deja claro que el amor no es solo un sentimiento duradero, sino que contempla el compromiso, es decir, la voluntad. Y quizá, es por esta elección voluntaria consciente, por lo que en la mayoría de las ocasiones permanece en el tiempo. No pasa lo mismo con el enamoramiento. Algo previo al amor y que se le conoce una duración finita, de no más de año y medio y que depende de las características personales de cada persona.
En el enamoramiento estamos dopados de endorfinas, serotonina, dopamina, etc… somos capaces de todo y todo lo vemos a través de esa pantalla química. Quizá es la manera de conectar con la supervivencia, se crea una conexión que va a permitir que nuestra especie perdure, ya que el objetivo principal y primitivo de este baile de hormonas es la procreación. Así es nuestro diseño.
Una vez que conseguimos sobrevivir a ese estado de enamoramiento que es maravilloso y a la vez intenso, entramos en otro baile, más sereno y racional, en el que ya podemos ver claramente a la otra persona y conocerla realmente, sin disfraces ni máscaras idealizadas. Este periodo lo protagoniza el amor.
Algo importante para la salud mental de las personas a la hora de vincularnos y entender el amor, es que debemos ir desprendiéndonos:
- De su acepción fantástica de que todo lo cura o lo transforma, eso va a depender en gran medida de la autonomía emocional de cada uno y una.
- Del dramatismo histórico y ficticio de que el amor es sacrificio constante, ya que una relación sana no es compatible con el sufrimiento y la renuncia.
El amor puede ser de muchas maneras, no tiene que responder a ningún patrón, puede ser para un periodo duradero de la vida (si se cuida y hay voluntad de que así sea) o no, puede ser intenso o suave, colectivo o individual, etc.
En muchas ocasiones he oído decir a alguien, que no quiere nada serio. No sé bien a lo que se refiere, pero intentando entender esta frase, podemos interpretar que no quiere ningún tipo de compromiso. Aunque no se quiera nada serio, los adultos debemos ser responsables en la manera de vincularnos. No hay problema en que nos apetezcan encuentros esporádicos con la otra persona, siempre y cuando ella esté de acuerdo. En el momento en que uno de los miembros tenga otras expectativas, habrá que ajustar la relación a las necesidades de cada uno, o incluso acabar esa relación si no es posible llegar a un acuerdo.
Según Erich Fromm, todos los amores tienen unos componentes comunes, que son; los cuidados, la responsabilidad, el respeto y el conocimiento. Estos componentes aparecen en su libro “El arte de amar”, publicado por primera vez en 1959, y enlazan perfectamente con un concepto bastante actual y que puede que le suene al lector o lectora, que es la responsabilidad afectiva.
La responsabilidad afectiva en cualquier tipo de vínculo, puede entenderse por: Aplicar cuidados, expresar las necesidades propias sin esperar a que el otro lo adivine, comunicar tus intenciones con honestidad, regular las emociones propias para responder de forma adecuada, reparar el daño y promover el respeto y el buen trato en la pareja. También implica conectar con la emoción de la otra persona y no responsabilizarla de lo que sentimos. Validar las emociones en el otro, conectando con su necesidad, no quiere decir que tengamos que comportarnos cómo le gusta o cómo desee nuestra pareja. Nada más alejado de esta idea. Pongamos un ejemplo cotidiano, para verlo más claro:
En la elección de vacaciones para este año, Juan quiere un lugar tranquilo, en plena naturaleza y María quiere ir a Londres. Deciden echarlo a suerte y el que gane que elija. Para el año siguiente, elegirá el otro. Gana María. Juan está serio esa tarde y poco hablador, además le dice a su pareja que necesitaba desconectar y que no le apetece ir a Londres.
Conectar con la emoción en la pareja sería no entrar en justificaciones ni reproches ni por uno ni por otro. Simplemente que María comprenda cómo se siente Juan, diciéndole, por ejemplo: Entiendo que te sientas así, siento que ahora mismo estés desilusionado con el viaje, etc… Es decir, María no tiene que
cambiar de planes para validar la emoción de Juan, simplemente tiene que verla y acompañarla. Probablemente, cuándo la emoción haya pasado, podrán hablar de las necesidades de cada uno y de cómo cubrirlas planificando algunas actividades que puedan realizar en Londres.
Para dicha conexión emocional, lo ideal es ser accesible en la pareja. Tener abierta una vía emocional en la que cada uno hable de cómo se siente y qué necesita. Crear un lugar en el que se traten esos aspectos emocionales como si fueran un material precioso y delicado. En el que cada miembro, se sienta seguro y confiado, y pueda expresar su emoción al otro. Y éste sería el vestíbulo, que distribuye otro lugar más grande con compartimentos para tratar conductas, agravios, conflictos, decepciones y otros aspectos de la pareja. Una relación sana necesita de ese vestíbulo para poder abordar todo lo demás con respeto y serenidad.
Concluyo con la idea de que esto del amor, es como un baile cuya coreografía no está diseñada. Cada pareja bailará a su manera, con el cuidado y el respeto de fondo para no hacerse daño o reparar el que se ocasione. Como escribe Sue Johnson “No existe una relación a prueba de daños, pero se puede bailar juntos con más entusiasmo y soltura si los dos saben cómo recuperarse cuando se pisan los dedos el uno al otro”.
