Ya pueden ser de cualquier signo o tendencia las organizaciones en las que militan, que los nacidos para ser dictadores pasan un poco de ideologías y sólo centran sus esfuerzos en alcanzar el mando y dominar.
Les importa un bledo traicionar las siglas de sus partidos, carecen de escrúpulos para aliarse o pactar si es necesario con todo tipo de delincuentes incluidos terroristas, y podríamos afirmar que algunos de ellos venderían a sus respectivas madres para lograr sus objetivos.
Una vez instalados en la cumbre de sus ambiciones, se emborrachan de poder y suelen transformar democracias en dictaduras como el “inmaduro” sudamericano que dice que los puntos cardinales son cinco, si bien por aquí también soportamos a algún que otro político de alto cargo y bajo nivel afirmando que un lustro son cincuenta años.
Esos autócratas, como decía, son para desgracia de los pueblos que caen bajo su tiranía casi eternos, se hacen omnipresentes y parecen no estar a gusto siendo humanos, se endiosan y se creen dueños y señores de la hacienda y la vida de todos los ciudadanos de la nación que maltratan.
Acostumbran a hacer largos y tediosos discursos que las más de las veces son proclamas contra los que no transigen a su sometimiento o discrepan de sus ideas, y si pudieran, levantarían muros entre los que les aplauden como focas y los que ellos tienden a llamar “intolerantes”.
Déspotas donde los haya, miran por encima del hombro y tratan siempre de controlar todas las instituciones de sus países como son los poderes ejecutivo, legislativo, judicial, e incluso la prensa, la banca, y otros.
A veces, tenemos más cerca de lo que pensamos a alguno de esos psicópatas que tienen como meta perpetuarse en el poder a costa de lo que sea y caiga quien caiga.
Estafan, mienten, manipulan y tergiversan, al tiempo que sonríen poniendo cara de seres amables y cercanos para luego traicionar la confianza que se deposita en ellos con todo tipo de felonías.
Tienen aires de perdonavidas y adoptan buena presencia vistiendo excelentes trajes, ponchos, cubanas, o guayaberas, pero no dejan de ser lobos totalitarios disfrazados con piel de demócratas que carecen de todos los principios de la ética.
Retrata muy bien a esos bellacos la letrilla del fandango que sentencia: “El oro siempre es el oro/ aunque se arrastre y se pise/ la escoria siempre es escoria/ por más que la purifiquen”.
Por José Dacosta Ramírez